Hace poco empecé a trabajar con un adolescente en su autoexigencia. “Es que si no saco una buena nota me siento horrible (...) es como si yo no fuera suficiente”, me dijo él. Solo con esa frase me llegó su agonía.
En la siguiente sesión estuve con sus padres, una pareja muy dispuesta a ayudar a su hijo. Hablando sobre las dificultades de su hijo, me preguntaron: “¿pero por qué es así? porque depende de las notas para sentirse bien? Que hemos hecho para que sea así y como lo podemos ayudar?”
“Primero que nada…” les dije “estoy segura que todo lo que hicieron ha sido siempre con la mejor de las intenciones. Todo lo que les pregunte en esta sesión es para tratar de ayudarlos y para nada va en la dirección de culparlos o juzgarlos por lo que está pasando con su hijo”.
“No te preocupes” me dijeron. “Pregunte todo lo que quiera, no tenemos problema”.
Yo agradecí su abertura, y seguí:
“Durante la vida de su hijo, que tanto se ha puesto el foco en qué notas se ha sacado? ¿Qué tanto lo han felicitado por las buenas notas?”
Se quedaron pensando…
“¿Qué tanto se ha puesto el foco ahí, en los resultados, en los logros, en el bien que hace las cosas?”
Me contestaron: “Mucho, el foco se ha ido siempre a eso”.
La madre me informó: “Solo lo felicitábamos cuando se sacaba de un 6 para arriba”.
Luego el padre me dijo: “si sus notas bajaban, andábamos preocupados, le decíamos que intentara de subirlas para que sacara un buen promedio.”
"Es normal que lo hagan” les dije. “Así es como funciona nuestra cultura." Luego pregunte: “cuanto la valía personal de su hijo ha sido asociada con los logros o notas que ha tenido”?
“Para hacerla corta” me dijeron “mucho”.
Luego finalizaron: “Si toda la vida le hemos puesto el foco ahí, no tenía cómo ser distinto. Sin querer le hemos transmitido siempre que la nota vale más que cualquier otra cosa”.